Navidad, dulce navidad…

Tras las luces navideñas que inundan de color las calles de la ciudad, tras el sonido de los villancicos y las risas de los niños esperando poder ver pronto sus regalos de Reyes, bajo el sonido de los anuncios de colonias y regalos de la televisión, se esconden unas fechas entrañables. No me cabe la menor de las dudas.

Es en estas fechas cuando, de repente, me siento invadido por un repentino sentimiento de felicidad y de añoranza a la vez. Felicidad porque es ahora cuando cada uno intenta hacer feliz a los demás, con regalos navideños, siendo más honrado y mejor persona, o marido, o hermano, o amante. Añoranza porque recuerdo aquellos días de niño, cuando todos los problemas del mundo me eran totalmente ajenos y sólo pensaba en lo divertidas que eran estas fiestas, lo hermoso que era reunirse toda la familia en torno a una mesa llena de deliciosa comida y dulces, mientras se oia de fondo el tañer de las campanas que anunciaban el año nuevo, para dejar posteriormente paso al primer anuncio del año (de dimensiones económicas inimaginables) y, a continuación, algún programa de Martes y Trece lleno de humor e ingenio. Y recuerdo también aquellas veces en que mis padres me dejaban trasnochar hasta altas horas de la mañana del primer día del año, en compañía de mis primas y tíos, mientas jugábamos a algún juego, contábamos chistes o símplemente mirábamos la televisión, haciendo un esfuerzo porque no se me cerraran los párpados que pesaban como losas por las incontables horas de falta de sueño.

Esos días de niño pasaron, y ahora el círculo se estrecha. Cada vez somos menos en la familia los que nos reunimos en estas fechas, y cada vez en momentos más puntulaes y señalados, casi como si de una obligación se tratara. Sin embargo, quizá no sea suficiente para limitar el encanto de estas fechas, de ver lo brillante y radiante que el árbol de navidad, ahí, en el centro del salón, se eleva como un majestuoso coloso de color verde, todo emperifollado de luces de colores y lazos arcoiris, que lo hacen sentir como si estuviera disfrazado. Tan sólo hecho de menos los días de nieve y poder salir a la calle a entablar una guerra de bolazos, el calor de una buena chimenea y una alfombra mullida y blanca, y, por qué no, el amor de una buena mujer.

Este ha sido un año haciago, y el primero de mi vida en el que he visto dejar este mundo a dos personas que a penas conocía, pero que, sin embargo, me han hecho sentir tristeza, porque les tenía en especial estima y consideración, No creo que sea necesario conocer a las personas para lamentar su pérdida, para sentir que una pequeña parte de este mundo termina, quizá para dejar parte a otra nueva, y pensar que la vida de los que quedan, será muy, muy dura, y lamentarán las pérdidas de los que nos dejaron, durante muchos años. Sólo espero que ese dolor no sea eterno y que deje paso al feliz recuerdo y los buenos momentos que los que ahora no están nos dieron una vez mientras estaban en vida.

Por ello, y una vez más, como en los últimos años, voy a pedir, a los Reyes Magos, el trío que más deseo: Salud, Amor y Dinero, por este mismo orden. Salud para sentirme bien conmigo mismo y poder disfrutar y hacer disfrutar a los demás. Amor, porque creo que es el sentimiento más hermoso y maravilloso del mundo, y porque no hay nada tan grande, a parte de la vida, que hacer feliz a otra persona, y que sienta que es realmente especial, que es única. Dinero, porque sin el vil metal es difícil mantener el primero de ellos, y hace más reconfortante poder disfrutar del segundo.

Pasaré hoja de este 2004 como si de otro capítulo más del libro mi vida se tratara, y espero escribir un nuevo 2005 con más ilusión, si cabe. Que vuestros destinos os sean propicios, y estos días venideros os colmen de felicidad.

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