Son las ocho y media del veintidós de septiembre. Maciej, un compañero de trabajo de las oficinas de Mountain View, se ha ofrecido amablemente a llevarme al aeropuerto internacional de San José, en California, para, desde allí, tomar mi vuelo rumbo a Nueva York.
Cargo mi maleta, la bolsa de mano y la mochila en su coche, un Toyota poco común, muy espacioso, con un motor híbrido eléctrico y de gasolina, muy silencioso y con cambio automático. Es bastante común que los coches en américa sean automáticos y, la verdad, resulta mucho más cómodo y evidente cuando se tiene que usar el coche tanto como en California. Después de una media de hora de trayecto, nos acercamos a las proximidades del aeropuerto de San José. La señalización es peor aún que la de la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid Barajas. Tanto que nos lleva algo más de diez minutos encontrar la Terminal C desde la que sale mi vuelo.
La terminal C es un edificio no muy grande, con distintas puertas que dan acceso a un pasillo diáfano a lo largo del cual se encuentran los mostradores de las distintas compañías de vuelo. Una vez encontramos la puerta correspondiente a Jet Blue, la compañía con la que vuelo, me despido de Maciej y entro en la Terminal C. Nada más introducirme por la puerta y llegar al pasillo, un amable caballero me pregunta si viajo con Jet Blue. Le respondo que sí. Toma mi maleta y me acompaña a un terminal automático de facturación y se ofrece amablemente a tramitar la tarjeta de embarque y facturar mi maleta. La mochila y bolsa de mano las quiero llevar conmigo y, aunque no estoy seguro de si será posible debido al nivel de seguridad actual en los aeropuertos, el amable caballero me dice que no habrá ningún problema.
Una vez facturada la maleta, me dirijo hacia la puerta de embarque. Para acceder a ella, debo pasar el inusual control de vigilancia. Me obligan a descalzarme, a quitarme el cinturón y la chaqueta, introducirlos en bandejas de plástico y, lo más curioso de todo, me indican que saque los dos portátiles de la bolsa de mano y los introduzca, de forma separada al resto de elementos, en dos contenedores de plástico. Todos ellos, en fila de a uno como si de un pelotón de asalto se tratara, desfilan ante mi por una cinta transportadora hacia la máquina de Rayos X. Una vez pasado el detector de metales, y la inspección visual de mi tarjeta de embarque y pasaporte, un hombre de color me indica que puedo continuar. Así pués, llego a la puerta de embarque y busco sitio donde poder sentarme.
Son las nueve y cuarto. Mi vuelo no despega hasta las 10.35 de la noche. Miro a mi alrededor y veo a dos indivíduos mirando asíduamente la pantalla de sus portátiles y asumo que hay conectividad inalámbrica gratuita. Iluso de mí, saco el portátil y cuando activo la tarjeta inalámbrica, me encuentro con dos redes abiertas: una con el nombre del aeropuerto y otra con el nombre de T-Mobile. Desgraciadamente, ambas redes están “abiertas”, pero requieren el pago de una cuota por hora para poder navegar, lo que técnicamente se conoce como un “portal cautivo”. No está entre mis planes pagar cerca de los diez dólares por hora y suministrar mi número de tarjeta, así que hecho mano de uno de mis libros y me pongo a leer. El tiempo pasa lentamente, mientras un devenir de gente se levanta y se marcha, otros que vienen, incansablemente. Poco a poco se va acercando la hora del embarque, pero una voz que apenas puedo distinguir suena por megafonía anunciando que el vuelo se retrasa, aunque no soy capaz de entender los motivos. Entonces pienso para mí que hay cosas que nunca cambian, incluso fuera de España: parece que la puntualidad es una virtud exclusiva de los relojes Suizos.
Después de esperar y esperar, en una interminable y aburrida sesión típica de un aeropuerto cualquiera, embarco en el avión, un Airbus 380, no tan grande como el Boeing 747 que me llevó desde Londres a San Francisco, aunque sí más cómo y con más espacio entre asiento y asiento. Mi sitio da justo al pasillo, tal y como solicité, para así poder estirar las piernas cómodamente durante el viaje. A mi izquierda, una pareja dispar, como ninguna que hubiera visto antes. Ella, una mujer de apariencia oriental, con una niña de unos seis meses en las brazos. Él, un hombre de aspecto inconfudiblemente americano, pero de talla bastante poco habitual, tan grande que apenas cabía en el asiento y me permitía bajar mi apoyabrazos izquierdo donde se encuentran los controles de la televisión. A mi derecha, otra pareja. Ella es una mujer preciosa, de rasgos sudamericanos, quizá de descendencia Venezolana, de piel morena, y pelo teñido. Él… la verdad es que no le presto demasiada atención, sinceramente. Me doy cuenta que no puedo apartar los ojos de ella. Es como un imán, pero me siento avergonzado de repente y retiro la mirada. Creo que ella me sonríe, pero no estoy seguro porque, en ese preciso momento, mis ojos ya están mirando hacia otro lado.
El resto del viaje transcurre sin contratiempos, lenta y pesadamente, como el movimiento del péndulo de un gran reloj antiguo, cansino. Intento mirar la televisión, pero la programación no resulta de mi agrado. Infinidad de canales, cierto, pero es la calidad lo que importa. Al final, después de un buen rato, acabo viendo una película horrible, protagonizada por Christian Bale, sobre guerreros que no tienen sentimientos, una resistencia, sangre y violencia. Una película que, entre mis problemas con el idioma, el bajo nivel del argumento y el cansancio acumulado, no pasará a los anales de la historia.
Acelero en el tiempo, y llego por fin al aeropuerto JFK de Nueva York a las siete y media de la mañana, en el que se me antoja un día gris, lluvioso y poco apacible. Afortunadamente, recojo mi maleta casi al instante de llegar a la cinta transportadora. Me dirijo hacia la salida y un conductor me invita a subirme a su vehículo, un Mercedes de color negro con puertas deslizables. Durante el trayecto, hablamos de mi trabajo en Google, de las comunicaciones y la publicidad, y más cosas intrascendentes. Mientras, observo las calles pasar tras mi ventana, bajo un cielo gris plomizo. Nueva York se me antoja un gigante de cemento, ergido delante de mí, esperando engullirme. Rascacielos por todas partes, calles amplias, una miríada de coches amarillos (los famosos taxis) abarrotan las calles mientras los peatones se amontonan en los semáforos deseando casi compulsivamente que la luz del semáforo se ponga en rojo.
Al conductor le cuesta encontrar el apartamento, pero una vez allí, llave en mano, abro la puerta del portal y, tras un buen rato intentando el que será mi apartamento, me abandona la sensación de estupidez que, durante todo el tiempo que llevo en este país, me aborda constantemente, cuando descubro que las cerraduras se abren en sentido contrario, o cuando no encuentro lavadora en el apartamento y tengo que ir a una lavandería, o cuando no soy capaz de encender la televisión porque, para ello, es preciso encender el equipo de Cable y un aparato que reza TiVo en la parte frontal, teniendo que usar tres mandos a distancia diferentes cuya única diferencia entre ellos es el número de botones.
Una vez dentro del apartamento, el abatimiento se cierne sobre mí. La verdad, no es como yo esperaba. Ante mi, un pasillo con un suelo viejo de madera, largo y oscuro. Detrás de mi, una puerta con cerradura, que resulta ser la habitación de alguien cuya antigüedad le otorga el privilegio de la habitación más grande, a mi izquierda un cuarto de baño y a mi derecha, la puerta de la que intuyo será mi habitación. Me deslizo dentro de ella para encontrar una cama grande, con una colcha azúl y blanca, una silla blanca de plástico a su lado, un armario pequeño y oscuro en un rincón con perchas y algunas toallas, una mesilla diminuta y un mueble grande con cajones. En otra esquina, una ventana estrecha y alargada por la que noto cómo se cuela el frío y el ruido de la calle. Mi primera impresión es algo desoladora, sobre todo tras el recuerdo del precioso y cálido apartamento de California. En comparación, éste se me antoja triste. No puedo evitar que se me encoja el corazón. De camino hacia el salón, me encuentro a la derecha con la cocina, y una habitación tras una puerta de madera llena de utensilios de limpieza a mi izquierda. El salón presenta mejor aspecto, con una televisión grande, un ordenador iMac algo antiguo, un sofá naranja tras una mesa cuadrada, pequeña y de mediana altura, y dos sillones blancos en las esquinas. Encuentro una lámpara, con la pantalla cilíndrica estrecha y muy alargada, de color blanco. No parece funcionar, incluso aunque está correctamente enchufada. Al fondo del pasillo, otra habitación, ya ocupada por alguien que descubro duerme tras abrir la puerta.
Dejo las cosas en mi habitación e intento averiguar cómo conectarme a Internet. Veo un cable azul que recorre el suelo hasta el sofá. También observo que hay un punto de acceso sobre la mesa donde está el iMac. Tras varios intentos fallidos por conectarme a través de la red inalámbrica, casi cometo el error de intentar resetear el punto de acceso para cambiar la contraseña cuando, de pura casualidad, me encuentro con un documento de texto abierto en el iMac donde figuran los datos de conexión. Pruebo a conectarme con el portátil y veo que funciona. Estoy cansado, y los párpados pesan como losas, así que me voy a dormir. Mi habitación es algo oscura y se nota algo de frío, pero enseguida consigo conciliar el sueño, a pesar del ruido exterior. La cama es bastante cómoda a pesar de todo.
Me despierto sobresaltado. Miro el reloj que hay sobre la mesilla y veo que son las dos y media de la tarde. Me levanto y me visto, y salgo a la calle para buscar algún sitio donde comer. Comienzo a caminar, rumbo hacia el sur, por la sexta avenida, pero no veo ningún sitio de mi agrado: algún restaurante de mala muerte, como en las películas, alguna pizzería con comida para llevar, quizá un subway, bastantes Star Bucks, sitios de comida vietnamita, pero nada que me llame la atención. Al cabo de un rato, veo un italiano con un aspecto excelente y terraza para comer sentado en el exterior, pero parece ser ya demasiado tarde, así que me acerco al primer sitio de comida rápida que encuentro. La verdad, esto empieza a recordarme mis últimas vacaciones de verano en París, con Carlos y Alejandro, comiendo casi a diario comida basura.
Me dirigo hacia el oeste, donde transcurre el río Hudson, que recorre la parte más occidental de Manhattan, una avenida larga y llana, con alguna terraza con sillas para sentarse a charlar o leer, zonas verdes donde algunas familias se tumban con los críos a jugar, o por donde los deportistas natos hacen footing mientras escuchan la música que se desliza por los auriculares blancos de sus iPods último modelo.
Entre calles estrechas, edificios antiguos y gigantes de cemento y cristal que reflejan los ténues y tímidos rayos de sol, tomo rumbo hacia el centro de Manhattan, entre la séptima avenida y Broadway. Las calles son un devenir incesante de gente, como un hormiguero de tamaño descomunal. Unos caminan a ritmo desbocado, otros paseando tranquilamente y otros circulan sobre el asfalto, jugándose la vida sobre sus bicicletas, pero todos ellos bajo las luces de neón o los paneles luminosos que anuncian las últimas cotizaciones de la bolsa de Nueva York. Veo tiendas de renombre, con coloridos vestidos de mujer en los escaparates enormes, luminosos, pero caigo en la cuenta de que los grandes desparecidos son los precios. No hace falta que nadie mo lo diga: están fuera del alcance de la mayoría de los mortales. Algunos se conforman con mirar. Otros, como yo, pasamos indiferentes.
Broadway me recuerda mucho a la Gran Vía de Madrid. De hecho, creo que la traducción de Broadway es “Vía Ancha” o, lo que es lo mismo, “Gran Vía”. Muy al estilo de Madrid, puedo notar cómo el suelo vibra bajo mis pies según pasa el metro mientras intento no ser atropellado mientras cruzo, en rojo, un semáforo. Después de un rato caminando, me dirigo rumbo hacia el apartamento. El cansancio sigue haciendo mella en mí, así como la sed. Me voy a dormir. Mañana, será otro día.
¡Pero hombre! ¿¿¡¡Ligas en el avión y sólo se te ocurre retirar la mirada ruborizado!!?? Nunca cambiarás… 🙂
P.D. ¡Cuéntanos acerca de tu recorrido por New York New York de ayer!
P.P.D. Se echaba de menos poder leer algo inteligible en tu blog :p
P.P.P.D. Venga, vale… ¡también te echamos de menos a ti!
Realmente no ligué, lo que pasa es que Fraskito es muy mal pensando. Además, la chica estaba casada (llevaba un precioso anillo en la mano derecha).
Con respecto al paseo por NYC, os recomiendo que le echéis un vistazo a las fotos porque hablan por sí solas: http://flickr.com/photos/felipe_alfaro/sets/72157594308334686/
Hola,
Te suelo leer en la bulmailing (tus mensajes me parecen interesantísimos) y me he pasado un rato a leer las entradas de tu blog, enhorabuena porque los contenidos (ah, y el 2c00l4ie 🙂 están muy currados.
Un saludo.
A Tribe:
¡Gracias! Me alegra mucho saber que mis comentarios y contenidos te resultan interesantes, y si además te resultan útiles, mucho mejor 🙂
Con respecto a 2cool4IE, vi un artículo en Kriptópolis sobre cómo hacerlo, así que todo el crédito se lo merecen ellos.
Depués de tanto tiempo, me hace gracia seguir leyéndote. Vaya vueltas que da la vida, y vaya cambios que ha habido en la tuya. Supongo que no te acordarás ya de mi, pero la última vez que nos vimos tu estabas con una pendiente en la UPSAM.
Te he seguido la pista por un comentario de RBA, así que figúrate 🙂 Bueno, por si no recuerdas quien soy, te mando saludos desde Europa2, a ver si así se te refresca la memoria!
A Diego,
Claro que me acuerdo de tí y de aquellos inolvidables años como usuario de BBS, y en especial de Europa BBS. Todavía me acuerdo cuando Francisco Martínez me prestó un módem USB Robotics 9600/14400. Hacía poco que me había hecho Punto de FidoNet y mi paquete de mensajes comprimido que bajaba y subía todo los días no hacía más que crecer y crecer, así como la factura de teléfono. ¡Qué tiempos aquellos! 🙂 A través de Europa BBS conocí a un montón de gente, entre los que estás tú, José Luis Benitez, Luis Contreras, Francisco Martínez, Martín Echenique, y muchos más y cuyos nombres ahora no recuerdo.
¿Qué es de tu vida? ¿A qué te dedicas?
PD: Por cierto, que aún sigo con asignaturas pendientes en la UPSAM 😦
hehe, pues trabajo en Aena, con los radares civiles (ahora ATM ya no significa nada relacionado con ancho de banda, sino con air traffic management). he descubierto un mundo lleno de cosas que desconocía y mucho mas interesante de lo que pensaba en un principio. entré de rebote y al final ya llevo 5 años!
desde luego, lo tuyo con la UPSAM no tiene perdón!! aunque me figuro que ya no necesitas para nada acabar.
yo ando tras la pista de los “antiguos compañeros”, en especial de Luis Contreras… con uni, astuto y compañía si que tengo relación, andamos por elistas, en una lista de “antiguos usuarios de fidonet” (realmente de la bbs de uni, el templo, pero al final nos vamos juntando todos.
Felipe, al final no nos vimos cuando estuvimos Ruth y yo por NYC. Te dejé un par de SMS, y una noche al llegar al hotel ví como 6 ó 7 llamadas perdidas, pero con “número privado” así que no sé si serías tú, porque las llamadas desde España perdían el CID al llegar a mi movil… cosas del “gateway” Telefónica -> Cingular me imagino…
En fins, una pena, porquea Ruth y a mí nos habría hecho ilusión haberte visto esos días. Aunque la verdad es que no paramos ni un minuto.
Esas llamadas perdidas eran todas mías 😦
Os estuve llamando varias veces, desde mi teléfono móvil, y también desde el teléfono del apartamento, pero no hubo forma de dar con vosotros. También os envié un par de SMS para quedar en la tienda de Apple de la Quinta Avenida, pero parece que los SMS se fueron por /dev/null.
En fin, yo también lamento no haber podido coincidir. Hacía mucho que no nos veíamos. ¿Dónde será la próxima? ¿En España? ¿En Suiza, quizá?
No me llegó ninguno de los SMS, y todas las llamadas que tenía eran desde “número privado” 😦
Vaya mierda… ¿sigues por NY? A nosotros nos ha encantado, es una pasada… yo me he quedado enamorado de esa ciudad, aunque claro, una cosa es ir 5 días y otra cosa es vivir allí 🙂 pero nos ha encantado… ¿por qué zona está tu apartamento? Lo comentamos Ruth y yo alguna vez, nos hacía ilusión ver dónde vivías 🙂
Lo de Suiza está hecho, no lo conocemos, así que si estás por allí dentro de un tiempo nos marcamos un viaje y nos vemos por allí, ya que por España, por lo que veo, dificil 🙂
¿Te acuerdas de Juanjo? También de formación de Sun… está en Londres desde hace un par de años, y con él pasa lo mismo, para verle hay que quedar en Londres con él X’D
Anda que no habéis salido viajeros… 🙂
Heya this is a great write-up. I’m going to email this to my associates. I came on this while exploring on yahoo I’ll be sure to come back. thanks for sharing.