Zürich

Aquí estoy, en Zúrich: una de las ciudades de negocios más importantes de Suiza, y puede que de Europa. Con cerca de un millón de habitantes, con un lugar como Paradeplatz — con uno de los precios por metro cuadrado más altos de Europa y puede que del mundo entero —, Zürich es una ciudad distinta, verde, entre medieval y urbana, de casas bajas y apariencia nórdica, un lago precioso, con sus barcas moviéndose al vaivén del agua, y una vista de los Alpes que se vislumbran en el lejano horizonte como colosos de roca y nieve.

El transporte público es excelente, y pone a disposición del hombre una oferta que ronda desde los típicos autobuses con ruedas de caucho, pasando por autobuses eléctricos y una curiosa red de tranvías denominada Tram, así como una extensa red ferroviaria.

Aunque el clima en invierno es algo inhóspito, mi primera impresión es que la cordialidad Suiza no es tan fría como pudiera aparentar. Si bien es cierto que el idioma oficial del cantón de Zürich es el Suizo-Alemán, voy descubriendo día a día que existe un importante núcleo de personas que hablan el Inglés con perfecta normalidad, y hasta hacen gala de un excelente acento (mucho mejor que el mío), lo cual no hace más que evitar que salga de mi asombro y es que, en mi caso particular, apenas soy capaz de hablar idioma y medio — un castellano propio de Madrid, y un inglés que ronda un nivel medio/bajo, sobre todo a nivel conversacional. Soy duro de oído, muy duro. Casi tanto que confundo el sonido de una “ü” con el sonido de una “i”.

Aterricé en este país sinigual un lunes, surcando los cielos a bordo de un MD-87 de la compañía aérea Swiss, saliendo de la T1 de Madrid Barajas con el usual retraso debido a motivos estándar — clima, control aéreo, etc. Sin embargo, tocar tierra no fuera tarea sencilla. Había una densa niebla que cubría gran parte de la ciudad de Zürich, como una manta de algodón dulce, entre gris y blanco, que sólo permitía ver los árboles y las laderas de las colinas, como un velo que guarda un espejo encantado tras de sí. El viaje había sido de lo más tranquilo, con un movimiento suave, sin turbulencias durante las casi dos horas de vuelo. Sin embargo, el aterrizaje demostró ser harina de otro costal. Casi justo en el momento de tocar la pista de vuelo, el piloto tuvo que corregir en el último momento, poner los motores a pleno rendimiento y elevarse de nuevo, consiguiendo que mi estómago se revolviese como gato al que se intenta meter en una bañera llena de agua. Sólo había visto maniobras semejantes en las películas y nunca pensé que en la vida real se pudiera cancelar un aterrizaje con tan poco tiempo de antemano, de manera tan imprevista y brusca. Así pues, tras el fallido intento de alunizaje (y es que la superficie de Zürich se parecía a la luna, tan blanca y brillante y casi inaccesible), estuvimos algo más de diez minutos dando vueltas alrededor del aeropuerto, supongo que esperando a que la neblina continuase su camino hacia otra parte, menos inorportuna. Pero no fue así. Tal fue la situación que el piloto se vió obligado a intentar un nuevo aterrizaje, esta vez satisfactorio, entre una espesa capa de agua condensada que apenas permitía ver nada. Sólo cuando pudimos oir el golpe de las ruedas contra el pavimento, y notar cómo temblaba el avión, observé que la niebla permitía ver algo del entorno, como algunos de los vehículos que se afanaban como locos, y con vida propia, en sus rutinarias tareas, como si de hormigas trabajadoras se tratara.

Al cabo de unos instantes, el avión se detuvo, las señales luminosas se apagaron y la gente comenzó a moverse nerviosa y rápidamente, ávida de capturar sus equipajes de mano y abrigos, y encender el teléfono móvil. Al salir del avión hacia el pasillo articulado que conectaba con la terminal, pude notar el golpe seco del frío y húmedo ambiente en mi cara. Fuera, la temperatura era de unos dos grados centígrados, en un día algo gris, típico de un invierno en los Alpes. Me dirigí sin dilación hacia la cinta transportadora, siguiendo los carteles amarillos que, afortunadamente en Inglés, indicaban el camino hacia las cintas de recogida de equipajes. Allí aparecieron, tras unos breves momentos, mis bultos, sanos y salvos, como de costumbre, y es que empiezo a pensar que tengo demasiada suerte, ya que nunca me han extraviado las maletas. Algún diá deberé probar el amargo sabor de la derrota a tal efecto y esperar cola delante de un mostrador, donde un agrio empleado de alguna compañía aérea escuchará mis plegarias sin decir palabra alguna, asintiendo, disculpándose.

Me dirigí hacia la salida del aeropuerto, tras pasar el pertinente control de pasaportes donde una mujer rubia, vestida de policía, me saludó en Español tras comprobar mi nacionalidad. Fuera, ya en la calle, encontré una fila de taxis que ya estaban dando cobijo a diversos pasajeros. En un imperfecto alemán, pregunté al conductor del que iba a ser mi taxi si hablaba inglés. Sin aparente sorpresa, y con un curioso acento, el hombre me respondió con un “Yes, I do”, que sonó como música para mis oidos. Resultó ser un tipo agradable, de rasurada barba y aspecto centro-Europeo, procedente de la antigua Yugoslavia, que hacía uso de un curioso acento al hablar. Me llevó hasta el que iba a ser mi apartamento, sito en una zona residencial cerca del borde de la Zona 10 de Zürich, casi en la frontera de la ciudad. Tras buscar las llaves en el buzón de la casa, y comprobar con un susto en el cuerpo que no estaban donde debieran, el Espíritu Santo iluminó mi ser y la providencia hizo que me fijara en los carteles de los buzones, viendo que mi apartamento no era el indicado en la carta de presentación, sino uno diferente. Subí raudo al piso, solté mis maletas y volví al taxi, rumbo a la oficina.

Llegué a la oficina sobre las diez de la mañana, con mucho sueño en el cuerpo y cansancio acumulado (sólo pude dormir tres horas). Tomé sitio, me acomodé y, aunque aún sigo en ello, ya empiezo a hacerme a la idea de dónde estoy, qué he de hacer y quiénes hay conmigo. Uno de mis compañeros, Gary, ha resultado ser extremadamente cordial, informativo y de gran ayuda en labores como enseñarme a llegar a mi piso usando el transporte público, localizar supermercados por la zona, encargar la cena, solicitar la tarjeta anual de transporte público, etc. Incluso se ha ofrecido a acompañarme al Ikea en caso de tener que comprar elementos voluminosos, como una tabla de planchar, por ejemplo. Le estoy tremendamente agradecido por ello, y hubiera deseado que alguien hubiera hecho lo mismo por mí cuando llegué a California, tres meses atrás.

Aunque mi contrato me impide hablar de mi trabajo, sólo puedo decir que en la compañía hay gente francamente brillante. Tremendamente brillante. Algunos disponen de Don de Gentes. Otros, no tanto. En general, me siento insignificante, perdido en numerosas ocasiones, pero con tanto talento a mi alrededor resulta fácil sentirse tremendamente alegre o enormemente frustrado. Todo ello a la vez, como un dulce amargor, o una hilarante tristeza. Por lo demás, no he tenido mucho tiempo de hacer nada, extralaboralmente hablando. Después del trabajo, alguna compra esporádica, y luego a casa, a comer la cena encargada a través de Internet (hecho de menos la comida de verdad, la que se prepara en persona, y que se sirve bien caliente, casi humeante), a leer y a dormir. Tardo algo más de media hora en llegar a mi casa y, dado que tengo que tomar dos tranvías y un autobús, esa media hora puede fácilmente convertirse en cuarenta y cinco minutos, y no porque el transporte público sea lento, sino porque hacer tantos transbordos supone una gran pérdida de tiempo.

Por lo demás, pronto empezaré a tomar clases de alemán, puede que de inglés, y de conducir también. Y si me queda tiempo, quizá pueda apuntarme a un gimnasio y, quién sabe, quizá hasta conocer a alguna chica. De momento, ya he conocido a una en el trabajo. Su inglés es casi tan malo como el mío, así que la comunicación interpersonal va a ser, cuando menos, árdua.

Bienvenidos a mi nueva vida. Deseadme suerte. ¡Aufwiedersehen!

8 thoughts on “Zürich

  1. ¡Suerte!… y sigue contándonos de tus andanzas por Zurich… o mejor, ¡ve preparando las habitaciones para cuando lleguemos dentro de una semana a tu apartamento! (espero que tengamos un vuelo menos problemático que el tuyo 😉

    … ¡Hay un lago! (juas juas)

  2. Hallo aus Madrid!

    Es completamente normal que confundas «ü» e «i», pues su pronunciación es muy similar y los matices casi imperceptibles. El alemán es un problema hasta para los germanoparlantes.

    Como el anterior comentario, te deseo mucha suerte. (Por cierto, llego aquí desde un comentario en el blog de Enrique Dans).

    Grüßen. 🙂

  3. Gracias por el comentario, European.

    La verdad, ya tengo suficientes quebraderos de cabeza con el inglés como para meterme con el alemán, pero resulta bastante frustrante vivir en una ciudad con un idioma propio (Suizo-Alemán) que provoca situaciones bastante curiosas para mí, como el hecho de que el conductor de El Tram diga algo que yo no entiendo, para, a continuación, ver como la gente comienza a bajarse del tren. En mi caso, hago lo propio, pero siguiendo “La Ley de Vicente, que va donde va la gente”.

    Sólo espero que, con el tiempo, no acabe hablando una mezcla ininteligble de castellano, inglés y alemán 🙂

  4. Mi nombre real es Óscar, aunque por alguna extraña y desconocida razón siempre firmo con un pseudónimo. Costumbres de un ávido y viejo internauta…

    Siempre es difícil, y a veces frustante, asentarse en un lugar diferente al habitual, ¡incluso cuando se habla el mismo idioma! Llegar a Suiza, donde el idioma no es conocido y las costumbres difieren de las propias, no se puede negar, conlleva un handicap; pero imagina qué sentirás cuando puedas comunicarte en su lengua y tu adaptación haya fraguado.

    Satisfacción, satisfacción y satisfacción. Seguramente en mayor grado de la que sentí yo al leer algunas entradas de tu blog. Me encantan, por ejemplo, las continuas descripciones de New York, New York. La descripción es un arte muy complejo, y tú la dominas con bastante soltura.

    Ya acabo, que estoy siendo demasiado prolijo, con mi enhorabuena por este pequeño rincón y con mi deseo de que todo vaya bien para ti.

    ¡Bis bald!

  5. Gracias por tus comentarios y tus ánimos, Óscar. Los recibo cálidamente 🙂

    Efectivamente, estos últimos meses de mi vida están siendo cualquier cosa menos fáciles. Primero, porque he pasado bastate tiempo dando tumbos: primero, California; después, Nueva York; y ahora, Zurich. Segundo, porque vivir fuera de tu ciudad natal en la que has pasado tantos años, lejos de tu familia y amigos, solo la mayor parte del tiempo, tampoco es fácil de llevar, sobre todo al principio.

    Por tu comentario anterior, entiendo que hablas alemán. Me gustaría saber qué piensas de este idioma: si es difícil de aprender — mi intención no es dominarlo perfectamente, sino poder utilizarlo para las tareas cotidianas —, y sobre todo, si es tan difícil de entender como para mí resulta el inglés.

  6. California, New York, Zürich… ¿Por qué te quejas? Ya, entiendo que no estar con aquéllos a quienes aprecias y amas es muy desalentador; a pesar de ello, sinceramente, saborear esos lugares bien merece un pequeño esfuerzo. En cierto modo te envidio, pues me encantaría disfrutar de ese estilo de vida un tanto errante, aunque implique claras desventajas.

    El idioma es uno de esos inconvenientes, pero no el principal. Respecto al alemán, lengua que chapurreo sin llegar a hablarla, creo que la opinión general es que su aprendizaje es muy difícil, en muchos aspectos, desde la pronunciación hasta la gramática; yo disiento ligeramente y te diré por qué.

    Los sonidos -en alemán estándar- no difieren sustancialmente, y en esto es muy similar al español. Por ejemplo «eu» suena como /oi/ (¡siempre!): Freud (Froid), Euro (Oiro), Leute (Loite)… Al contrario que el inglés, en el que un grupo de letras tiene distinta pronunciación según la palabra.

    Ahora bien, en mi opinión, la parte más compleja es la gramática: las declinaciones, los géneros (aunque hay algunas reglas) y la estructura de las oraciones, que para nosotros resulta un tanto peculiar; nada insalvable. Además están los dialectos, cuyas diferencias pueden ser bastante grandes.

    En pocas palabras, a la larga te resultará más sencillo entender alemán que inglés. E incluso comunicarte, pues suelen ser gente muy afable. Puede que te resulte útil un curso radiofónico de la Deustche Welle, aunque está enfocado a quienes se asientan en Alemania.

    Espero haber escrito algo suficientemente comprensible y, sobre todo, que pueda servirte de ayuda.

  7. hallo, me llamo Aurora y también conozco muy bien la hermosa ciudad de Zürich (mi padre vive allí), y ultimamente estoy descubriendo las dificultades, y también las maravillas, del idioma alemán. llegué a esta página buscando anuncios de cursos de alemán en Zürich en google, y no tengo ningún consejo ni nada especial que decir, pero me ilusiono encontrar un blog de alguien que conoce Zürich, ninguno de mis conocidos ha vivido alli jamás… (no saben lo que se pierden)

  8. hola soy taty, me gusto esta pagina a donde hablan del idioma y la ciudad de zurich soy brasilena como veras zurich esta muy mezclado y los idiomas es una novidad en cada caton ke te vayas.. besos

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